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Reflexionando: Diversión y educación… ¿son compatibles?¿Existen realmente los juegos educativos?

Reflexionando: Diversión y educación… ¿son compatibles?¿Existen realmente los juegos educativos?

Definir juego no es sencillo. Según varios autores, las principales características que tienen que darse conjuntamente para que una acción se defina como juego y se diferencie de otras actividades humanas son las siguientes:

 Siempre, siempre, es voluntario (nadie puede ser obligado a jugar). Si la persona no se implica voluntaria y mentalmente en la acción, “si no se mete dentro”, podrá quizás aparentar que está jugando, podrá repetir o imitar los movimientos de otros jugadores, incluso seguirá las normas, pero realmente no estará jugando.
 

Para que sea juego, la acción o actividad también se tiene que regir por unas normas consensuadas por los participantes y estar delimitada en el tiempo. Además, nos tenemos que sumergir en un mundo-realidad paralelo de la vida cotidiana, fuera de lo común y no tiene que existir el propósito de alcanzar ningún objetivo ajeno al juego, ninguna funcionalidad. Se tiene que jugar por jugar, con el único fin de divertirse o experimentar el júbilo o excitación que nos proporciona el propio acto de jugar.

 Y es a partir de este último punto es donde queremos invitaros a reflexionar con nosotros… Si el juego no tiene que pretender alcanzar ningún objetivo ajeno al mismo, ¿es correcto hablar de juegos educativos? Si lo que pretendemos es educar en valores, o utilizar el juego como herramienta educativa útil para un fin o un aprendizaje concreto (adquisición de habilidades, destrezas, conocimientos…), ¿no estamos rompiendo el carácter lúdico de la actividad para convertirla en otra cosa, en una tarea o una sesión educativa, un adiestramiento, instrucción, trabajo o entrenamiento?
 

Imaginemos a un grupo de niños y niñas a quienes, con el objetivo de que adquieran el hábito de recoger la habitación, les invitamos a jugar. En lugar de plantear la actividad de recoger la habitación y dejar cada juguete en su cajón correspondiente, proponemos el juego de echar a dormir a cada juguete en su casita… Si los/las participantes aceptan el juego en su fantasía irán realizando esta labor inmersos en el juego y por lo tanto estarán jugando… si por el contrario, no logramos su implicación con el supuesto de fantasía planteado, no estarán jugando, aunque cumplan con lo establecido (estarán realizando una tarea).

 Desde Ekilikua pensamos que el juego tiene que ser juego y no perder nunca su carácter lúdico, pero sin olvidar que lo que en él acontece es vida. Si una niña al ser atacada por un oso imaginario sobre el puente levadizo en el que se ha convertido ahora el banco del parque y resbala y se hace una herida, al romperse el mundo imaginario, al terminar el juego y volver al plano real (bien porque le llaman para la merienda, o porque se cansa del juego, o a causa del daño que la caída le ha producido), lo que le ha ocurrido en su transcurso le ha marcado, no se ha borrado al acabar el juego. El puente levadizo ya es otra vez el banco, pero la herida estará. El plano fantástico se borrará en ese momento, pero las experiencias vividas se quedarán. 

Por eso, aunque el juego se sitúe en un plano fantástico y el tablero se convierta en un universo paralelo, las vivencias que transcurren durante la partida, la interacción con los otros participantes es real, son experiencias vitales de aprendizaje continuo que nos empapan y nos transforman.

 El aprendizaje de éstas no será nunca el fin de la actividad lúdica, pero son inevitables… Si jugamos a algo tan inútil y tan carente de funcionalidad, salvo el mero hecho de divertirnos, como el golpear un globo para que no caiga al suelo, si contamos en voz alta las veces que lo vamos consiguiendo, no será la finalidad última del juego, pero puede que vayamos aprendiendo los números y a contar. Si durante un juego nos rozamos con una ortiga, aprenderemos para el futuro que esa planta nos produce picor e intentaremos evitarla. Para meter una pelota dentro de una cesta, mejoraremos nuestra coordinación, puntería y forma física. Si durante una partida todos los participantes, en equipo, tenemos que vérnoslas con un terrible dragón que nos ha robado nuestro tesoro, estaremos aprendiendo a comunicarnos, a tomar decisiones conjuntamente y a aportar lo mejor de nosotros para ayudar al grupo.

 Por ello, desde Ekilikua, opinamos que, aunque el objetivo no sea otro que la diversión u otros planteados por el propio juego, en su transcurso, todo juego tiene un carácter educativo y socializador por el cual interiorizamos destrezas, aprendizajes y valores.

A Fabio Brotto, en sus talleres de juegos cooperativos a través de los que se transmitían valores de amistad, cooperación, ayuda mutua, no violencia…, en muchas ocasiones le preguntaban… esto que planteas es muy bonito, pero, ¿será posible aplicarlo en el mundo?. Y Fabio respondía: ¿En el mundo?, las partidas siempre transcurren en el mundo, ahora estamos en el mundo. Todo cambio externo tiene que ir precedido de un cambio interno…

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